II - la Primavera

Al llegar la Primavera vestida de luz, de colores y de alegria, oliendo a perfumes sutiles, abriendo todas las flores y vistiendo a todos los árboles con ropajes verdes, el Gato Rayado estiró los brazos y abrió aquellos ojos pardos, tan feos y malvados.

Feos y malvados afirmaban todos en común acuerdo, añadiendo además que los ojos del Gato Atigrado reflejaban crueldad, como todo su cuerpo fuerte y ágil de rayas negras y amarillas. Describían a un Gato en edad madura lejos de aquella primera juventud, cuando gozaba correr entre los árboles, vagar por los tejados y maullar bajo la Luna Llena canciones de amor verdaderamente picarescas y descocadas. Nadie podía imaginarlo entonando canciones románticas ni sentimentales.

No existía en todo alrededor criatura más egoista ni solitaria. Nunca entablaba amistad con los vecinos y casi nunca respondía a los raros saludos que -por miedo y no por gentileza- le dirigían algunos viajeros. Refunfuñando su mal humor volvía a cerrar los ojos, como si todo fuera molesto a su alrededor.

Nadie se acercaba al Gato Rayado, hasta las flores cerraban cuando pasaba cerca: dicen que una vez, tiró de una sóla patada aquel tímido Lirio Blanco que todas las Rosas querían enamorar. Nadie presentó pruebas, pero ¿quién podría dudar la bajeza de un Gato tan mañoso?

Las aves ganaban altura cuando volaban sobre la madriguera donde dormía. Murmuraban incluso que el Gato Rayado, fué el malvado que secuestró al pequeño Sabiá del nido de ramas. Mamá Sabiá al no encontrar a su hijito cuando le traía alimento, se suicidó desesperada ensartando el pecho contra las espinas del Mandacarú. Un entierro muy triste fué aquel día en que arrojaron sendas maldiciones contra el Gato Rayado.

Nunca encontraron pruebas, pero: ¿quién más pudo haber sido? Bastaba con mirar ésa cara de villano para reconocer al asesino. Bicho tan feo ése... Gato malvado. Malvado y egoísta. Se revolcaba cada la mañana sobre la hierba para que el Sol lo calentara, pero apenas el Sol subía en el cielo, lo cambiaba inmediatamente por cualquier otra sombra acariciadora. Ingrato...

Debo añadir para ser justo, que el Gato Rayado ni idea tenía de lo mal que hablaban de él. Si sabía ni le importaba nada, aunque posiblemente no imaginaba cuán mal visto era porque casi ni conversaba con nadie, excepto a veces con la Vieja Lechuza. No obstante la Lechuza -de opiniones muy respetadas por su edad- solía decir que el Gato Rayado no era realmente malvado, que todo se debía a un malentendido general.

Los demás la escuchaban, movían la cabeza y a pesar del gran respeto que sentían por la Lechuza, preferían evitar al Gato Rayado.


el Gato Rayado y la Golondrina Sinhá :

2 comentarios:

marea_alta (rata alada) dijo...

yo tambien creo que no le importaba.

si me encuentro con el.. no le saludare.. pero me tumbare a su lado en la sombra.... en silencio.

enanomuf enanomuf dijo...

engancha, el relato.