III - inicia la Primavera

Asi vivía el Gato mientras la Primavera se internaba hasta el corazón del Bosque, con un despilfarro de colores, de aromas, de melodías. Colores alegres, aromas que aturden, melodías sonoras. El Gato Rayado aún dormía cuando la Primavera irrumpió, repentina y poderosa. Su presencia tan insitente, tan fuerte, lo despertó de un sueño sin sueños: abrió los ojos pardos y estiró los brazos. El Pato Negro que casualmente lo observaba, casi se desmaya del susto al notar que el Gato Rayado estaba sonrriendo. Volteó los ojos para fijar su atención en la Patita Blanca:

*¿No te parece que está sonriendo?*

¡Dios mío! Estaba sonriendo... Jamás lo habían visto sonreír. La Patita Blanca tuvo que poner la mano en el corazón, tanto la espantó aquella sonrisa en boca del feroz Gato Rayado. Sonreía con la boca pero más desconcertaba aún, que aquellos ojos pardos también sonrieran.

De repente empezó a revolcarse sobre la yerba, como si fuera un jóven gato adolescente, soltando un maullido que más bien parecía un gemido. Hubo una reacción general por todo el Bosque. La Gallina Carijó que paseaba por ahí encabezando una hilera de pollitos dorados, gritó:

*¡Uy!* - y se desmayó en brazos de todos sus hijitos. El gallo Don Juan de Rhode Island, vino corriendo para ver que había pasado. Entre todas las gallinas del harém, la Carijó era su favorita. La ayudó a levantarse y lanzaba un toque de diana como canto de protesta y guerra, cuando una vez más el Gato Rayado se revolcó sobre la yerba lanzando otro maullido... Dios mío, un maullido romántico. ¡Imposible!...

*Creo que ya se volvió loco* - diagnosticó Pié de Mastuerzo que tenía fama de buen médico.

*Está maquinando alguna una nueva maldad...*- susurró la Gallina Carijó ya repuesta de su desmayo, haciendo de lado a todos sus pollitos y a Don Juan de Rhode Island.

Mientras tanto el Gato Rayado se levantó estirando brazos y piernas, erizando el dorso para captar mejor ése calor sorprendentemente dulce del Sol, abriendo las narices para respirar profundamente los nuevos olores que flotaban en el aire y dejando que todo su rostro feo y malvado, se iluminara en cordial sonrisa hacia todas las cosas y todos los seres a su alrededor. Empezó a caminar, provocando al instante una estampida general...

Tanta carrera causando tal revuelo, por fin llamó la atención del Gato Rayado. Miró asustado: ¿por que huían todos, si era tan bello el Bosque con la llegada de la Primavera? No había tempestad, ni corria aquel Viento frío arrancando las hojas, ni tampoco la lluvia desahogaba sus lágrimas por todos los tejados. ¿Porqué huir y esconderse, cuando llega la Primavera trayendo por delante tanta alegría de vivir? Quizás la Cobra Cascabel había vuelto: ¿osaría regresar al Bosque?

El Gato Rayado la buscaba oteando los ojos. Si fuera ella, le daría ahí mismo otra nueva lección para que no volviera jamás a robar huevos, ni a tirar los pájaros de sus nidos, ni a comer pollitos y tampoco a tragar las palomas. Pero no, la Cascabel no estaba. El Gato Rayado reflexionó. Comprendió entonces que huían de él: habían pasado tanto tiempo sin oírlo maullar ni verlo sonreir, que ahora los amedrentaba. Fué triste llegar a ésa conclusión. Empezó a dejar de sonreír, para después encongerse de hombros con un gesto de indiferencia.

Era un Gato soberbio, poco le importaba lo que pensaran de él. Hizo un guiño -gesto algo forzado- con un malvado ojo mirando al Sol y ése gesto aún mas inesperado, provocó que la enorme Piedra, con muchisimos años de vivir cerca del lugar acostumbrado por el Gato, rodara corriendo por toda la yerba. El Gato Rayado aspiró, llenando los pulmones de Primavera recién llegada. Se sentía liviano, quería decir palabras sin importancia, vagar sin rumbo, hasta podría conversar con alguien. Observó una vez más con ojos pardos, pero no vió a nadie. Todos habían huído.

No, todos no. En la rama de un árbol la Golondrina Sinhá espiaba al Gato Rayado y le sonreía. Únicamente ella no había huído. Desde lejos sus padres la llamaban con nerviosos gritos. Y desde sus escondites, todos los habitantes del Bosque miraban azorados cómo la Golondrina Sinhá le sonreía al Gato Rayado. Alrededor desbordaba la Primavera, ilusión de todo poeta.

la Golondrina Sinhá

Cuando paseaba toda risueña y coqueta, no había pájaro en edad de casarse que no suspirara por ella. Era muy jóven todavía mas donde quiera que iba, al instante se acercaban todos los jóvenes del Bosque. Le hacían declaraciones, le escribían poemas: el Ruiseñor, afamado gran conquistador, cantaba serenata bajo su ventana en cada Claro de Luna. Ella reia con todos, con todos departía sin amar a ninguno. Libre de preocupaciones volaba de árbol en árbol por todo el Bosque, curiosa y conversadora de corazón inocente. Según decía la gente, no había en ningún otro Bosque una Golondrina más bella ni más gentil, que la Golondrina Sinhá.


el Gato Rayado y la Golondrina Sinhá :

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