IV - sigue la Primavera

A su alrededor desbordaba la Primavera, ilusión de todo poeta. El Gato Rayado deseaba expresarle algo agradable a la Golondrina Sinhá. Sentándose en el suelo, se alisó los bigotes y suavemente preguntó:

*¿Porqué no huiste como los otros?*

*¿Yo? ¿Huir? No me das miedo, los demás son unos cobardes… Tú no me puedes alcanzar, no tienes alas para volar, eres un Gato gordinflón, loco y sin juicio además de feo. Y el más feo de todos.*

*¿Feo, yo?* - rió el Gato Rayado, con ésa risa tan espantosa de quien no acostumbraba reír y ésta vez hasta los árboles más valientes como el Pau Brasil –un gigante- se estremecieron.

"Ella lo insultó y la vá matar" - pensó el viejo Perro Danés. El Reverendo Papagayo -reverendo, porque pasó un tiempo viviendo en el seminario, donde aprendió a rezar de memoria y a decir frases de corrido en latín, lo que le daba valiosa reputación de erudito- cerró los ojos para no ser testigo de semejante tragedia.

Por dos razones: porque era demasiado sensible, no le gustaba nada ver sangre y menos aún, sangre de una Golondrina tan conocida. Y para no ser de testigo de un crímen o llegaría la policia y menuda lata decidir, entre decir la verdad y cargar con la consecuente ira del Gato Rayado -enjuiciado por calumnias, unas cuántas cachetadas, el pico arancado y quién sabe que otras cosas más- o bien mentir y quedar como cobarde, como cómplice de un asesino. Situación difícil, mejor sería no dar ningún testimonio. Prefirió rezar por el alma de la Golondrina Sinhá quedando así en paz con su conciencia, ésa arca tan llena de exigencias.

Aunque la Golondrina Sinhá sintió que todos exageraban, por si las moscas voló al palo más alto para acicalarse sus plumas, con un gesto de extrema coquetería. El Gato Rayado seguía sonriendo a pesar de sentirse un tanto ofendido. No porque la Golondrina lo tachara de malo, sino por haberlo llamado feo: se creía guapo, una preciosura de Gato. Elegante también.

*¿Te parezco feo? ¿De veras?*

*Feísimo…* - confirmó desde lejos la Golondrina.

*No te creo. Sólo una criatura ciega podria encontrarme feo.*

*¡Feo y presumído!*

Ésta conversación ya no pudo seguir porque los padres de la Golondrina Sinhá -el amor por su hija superando al miedo- llegaron volando y se la llevaron entre ellos, regañando en voz alta al propinarle un sermón de aquellos. Mientras se la llevaban, la Golondrina gritó hacia el Gato:

*Hasta luego, su Fealdad...*

Así con un diálogo tan simple, comenzó la historia del Gato Rayado y la Golondrina Sinhá. En realidad ésta historia -al menos en lo referente a la Golondrina- había empezado antes. Un capítulo inicial deberia haber hecho referencias anteriores a ciertos hechos y actos de la Golondrina. Como no debo escribir más de la cuenta -según dictan las buenas reglas de la narrativa clásica- me limitaré tan sólo -una vez más- a regresarme hacia hechos que ya pasaron. Es sin duda, un método anárquico de contar historias, lo reconozco. Tal olvido se debe al trastorno que nos causa la entrada de la Primavera, tanto a los Gatos como a los Narradores de historias.


el Gato Rayado y la Golondrina Sinhá :

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