V - capítulo atrasado y fuera de lugar

La Golondrina Sinhá, amén de bella era algo loca. Loquita le quedaría mucho mejor. A pesar de seguir en la Escuela para Pájaros y ser tan jóven que sus respetables padres no la dejaban salir sola de noche con sus admiradores, manejaba la vida de forma muy independiente, enorgulleciéndose de mantener buena amistad con todos los habitantes del Bosque. Amiga de las Flores y de los Árboles, de los Patos y de las Gallinas, de los Perros y de las Piedras, de las Palomas y del Lago. Con todos conversaba y a todos dedicaba suficiente Tiempo, ignorando las pasiones que despertaba al pasar. Sin embargo a pesar de tener tantas amistades y admiradores, una sombra nublaba la vida de nuestra Golondrina Sinhá, razón de ser de éste capítulo incial atrasado: tal sombra era ni más ni menos, que el mismísimo Gato Rayado.
Mejor dicho: era el hecho de nunca haber podido conversar con el Gato. Aquél sujeto callado, orgulloso y medio bestia, le ponía los nervios de punta. Se acostumbró a vivir espiándolo cuando dormía, o cuando tomaba el Sol sobre la Yerba. Escondida desde la rama de un árbol solía observarlo por horas, pensando y cavilando las razones del feoso para no llevar amistad con nadie.

Oía hablar muy mal de él: de todas formas al observar atentamente su nariz rosada y sus grandes bigotes, (nadie supo porqué) dudaba la veracidad de tales historias. Así son las Golondrinas, ¿qué se le va hacer? (no hay forma de hacerles comprender la verdad más elemental, ni la más comprobada ni la más común: cuando empiezan a dudar, nada se le puede hacer). Son cabeza dura y se dejan guiar por el corazón.

El Gato Rayado era una nube oscura en la vida clara y tranquila de la Golondrina Sinhá. A veces cantaba las lindas canciones que aprendió del Ruiseñor, cuando de repente callaba porque veía (a veces adivinaba) al fornido cuerpo del Gato que paseaba caminando y cantando su canción favorita. Ella lo espiaba desde los aires, ya sea veloz o lentamente: incluso cierta tarde, se divirtió en grande tirándole ramitas secas a la espalda. Mientras el Gato dormía ella se escondió entre las hojas de la Jacaranda, riéndose por cada ramita que acertaba a las espaldas del Gato, incitando al perezoso hasta entreabrir un ojo para ver a su alrededor. Luego lo cerraba creyendo que era otra broma tonta del Viento.

Fue ése día que tuvo la célebre conversación con la Vaca Mocha. A la Vaca Mocha no le caía nada bien el Gato Rayado, porque siendo ella una figura altamente respetable con sangre porteña en sus venas, había sido terriblemente ofendida por ése mísero felino en cierta ocasión ya distante. Resulta que a pesar de su circunspección, la Vaca Mocha era muy dada a la ironía.

Así fué que cierta vez, encontrando al Gato Rayado por el corral -donde fué calculando robarse un poco de leche- le dijo con gesto de desprecio y picardía en su mezcla de castellano con lunfardo:

*Un Tipo tan chiquito y con enormes bigotes.*

El Gato, con evidente e imperdonable falta de respeto, tuvo la osadía de responderle:

*Una Fulana tan chichona y sin sostén.*

La Vaca Mocha le lanzó un par de patadas, pero el Gato ya iba lejos, riéndose para dentro con su risa más malvada.

Cuando la Golondrina contó la clase de diversión en que malgastaba todas las tardes, la Vaca Mocha lamentó que en vez de ramitas, no hubiese tirado pedazos de roca al cráneo del Gato, liquidándolo de una vez por todas. Cuando Sinhá se horrorizó ante tan sangrienta posibilidad, le confesó que jugaba con las ramitas como un pretexto para conversar con el Gato. Ahí la Vaca verdaderamente mostró asombro:

*¿Hablar con el Gato, Loquita? ¿Realmente piensas hacerlo? Por Dios ¡no seas tonta!"-
Hablar en castellano le daba estatus y cansancio; pero ¡cuánto cansancio! Continuó en lunfardo - *¿A poco no sabes que és un Gato, un Gato malvado y que una Golondrina jamás podrá -so pena de comprometer la honra de su familia- mantener amistad, ni siquiera digamos un simple intercambio amable, con un Gato? ¿No sabes que los Gatos son enemigos irreconciliables de las Golondrinas y que muchas parientes tuyas, perecieron en las garras de Gatos como ése tal Rayado? ¿No lo sabías?*

Prosiguió con su sermón. ¿Cómo pensaba ella una loca Golondrina, romper con una ley tan antigua y pasar por encima de reglas tan sagradas -establecidas al pasar del Tiempo- alejando a sus amigos y causando tremendo disgusto a sus padres?

*Pero él no hace nada...*

*Es un Gato y peor aún, ¡Rayado!*

*¿Sólo por ser un Gato y además Rayado? También tiene corazón, como todos nosotros…*


*¿Corazón?*-
Se indignó la Vaca Mocha, de fácil indignación como vamos descubriendo poco a poco -*¿Quién dijo que tiene corazón? ¿Quién?*

*Bueno yo pensé...*

*¿Tú le viste algún corazón? ¡Díme!*

*Ver, no lo ví…*

*¿Entonces?*

Después parloteó interminablemente. Le contó la historia de lo que le había hecho el Gato y una vez más derramó lágrimas recordando tal insulto. Nuevos consejos, advertencias: dar consejos era una de las especialidades de la Vaca Mocha. Reglas para el buen vivir llenas de saludos, de moralidades y de cortesía: le explicó cómo debería comportarse una Golondrina jóven y doncella, qué podía hacer y qué le estaba vedado a toda Golondrina. Básicamente, no debía hablar con Gatos y mucho menos con el Gato Rayado …

La Golondrina escuchó muy atenta, como la buena educación manda y se quedó triste. No debía conversar con el Gato, pero se sentía muy mal al pensar algo así. La Vaca podía tener razón, poseer experiencia y una voz impostada y noble. Pero la Golondrina cabeza dura, nunca comprendió porqué cometería un pecado al conversar con el Gato. En todo caso, le juró a la Vaca jamás volver a tirar ramitas contra la espalda amarilla y negra del Gato Rayado, ni tan siquiera pensar en conversar con él.

Pero si el juramento de toda Golondrina no vale mucho -no hay que darle mérito exagerado- mucho menos el juramento de una Golondrina jóven, de cabeza caliente y espíritu algo aventurero. Por mi parte sé que al jurar ella sabía perfectamente que era incapaz de cumplir. Continuó espiando al Gato. No le tiró más ramitas, pero ¡áy! Nunca debió hacer un juramento así: no queria dejarle creer que era una pilleria del Viento. Lo espiaba constantemente, hasta aquel día cuando entró la Primavera...


el Gato Rayado y la Golondrina Sinhá :

No hay comentarios: