VI - fin de la Primavera (Iª parte)

Los padres de Sinhá estaban furiosos con ella. Pero con la euforia de su propio heroismo -reuniendo suficiente valor como para enfrentar al Gato Atigrado y salvar a su hija- no la regañaron demasiado. Golondrina Papá le decia a Golondrina Mamá: -*Realmente amamos a nuestra hija, la hemos salvado.*

Golondrina Mamá respondia: -*Somos tan buenos padres, siempre protegemos a nuestra hija.*- Y se miraban uno al otro con admiración.

Prohibieron terminantemente a la Golondrina acercarse otra vez a ése enemigo feroz. Si bien los juramentos de una Golondrina joven nunca tuvieron validez alguna, tan súbitas restricciones sólo aumentaban su interés y curiosidad. Sinhá no era de esas Golondrinas que basta les digan "d'esta agua no has de beber" para que inmediatamente lo hagan. Al contrario, era tierna, obediente y amaba sus padres. Amable y alegre, de buenos modales en general. Aunque prefería que la convencieran con buenas y justas razones. Hasta ahora nadie le habia comprobado si era pecado o crimen, querer mantener relaciones cordiales con el Gato Rayado.

Así, cuando posó su gentil cabecita sobre el pétalo de Rosa que le servía de almohada, ya había decidido continuar su conversación con el Gato al otro día:

*Es feo pero simpático…*- murmuró al adormecerse.

En cuanto al Gato Rayado, también habría pensado en la arisca Golondrina Sinhá y en aquella primera noche de Primavera, al reposar la cabeza sobre su almohada. Sin embargo, había una cosa que él no poseia: almohada. Además de malvado y feo, el Gato Rayado era pobre: reposaba con la cabeza encima de los brazos. Ser de pocos lujos no le preocupaba. Sentía más la falta de otras cosas: de afecto, de cariño... y de salchichas vienesas.

Se acostó tarde. Antes caminó por el Bosque, sin rumbo. Arañando la corteza en los troncos de los árboles maullaba sin motivo aparente, sintiendo deseos de volver a vagar por los tejados como lo hacía en su distante adolescencia. Un grato perfume le penetraba las narices y sus enormes bigotes se movían inquietos. Se sentía jóven, hasta tuvo ganas de correr con los perros. Y lo hubiese hecho tan tranquilamente, si los perros no se hubiesen asustado, llenos de recelo cuando él los buscó. Tal era su estado de hastío con deseos indefinidos, que murmuró para dentro: -*Debo estar enfermo,*- puso una de sus patas sobre su cabeza y concluyó: -*Estoy ardiendo en fiebre*.

Cuando cayó la noche y regresó a su cama, –un viejo trapo peludo- miró una flor y en ella vió los ojos rasgados de la Golondrina. Febril, fue al lago a beber y en el agua también vió el reflejo de la Golondrina que sonreía. Y la percibía en cada hoja, en cada gota de rocío, en cada rayo de Sol crepuscular, en cada sombra de la Noche que llegaba. Después la descubrió vestida de plata en la Luna llena, a la que maulló y maulló atormentado. Ya era tarde muy de noche cuando consiguió dormir. Soñó con la Golondrina; era la primera vez que soñaba desde hacía muchos años.

¿Debo concluir que ése Gato Rayado de feos ojos pardos, de oscura fama de malvado, se había enamorado? Ahora que tanto él como la Golondrina duermen y que sólo la vieja Lechuza está despierta, me permito filosofar un poco. Debo decir que existe gente que no cree en el amor a primera vista. Otros por el contrario, además de creer afirman que es el único y verdadero amor. Unos y otros tienen razón. El amor está adormecido en el corazón de las criaturas y un día cualquiera despierta a la llegada de la Primavera o incluso el rigor del Invierno. De repente el amor despierta de su sueño con la inesperada visión de otro ser. Dá igual si ya lo conocíamos, parece como si lo viéramos por primera vez y por éso se dice que fué amor a primera vista. Así era el amor del Gato Rayado por la Golondrina Sinhá.

En cuanto a lo que pasaba por el pequeño y valeroso corazón de Sinhá, no esperen que yo les explique o les quite la venda de los ojos. No soy tan tonto como para sentirme capaz de entender el corazón de una mujer y menos aún, el de una Golondrina.

Ninguna de esas reflexiones perturbó aquella noche al Gato Rayado. En realidad aún no sabía que estaba enamorado. Tal idea ni se le ocurría. Cuando era jóven se enamoraba de nuevo cada semana. Despedazó así innumerables corazones entre Gatas de todos los colores, el de una Coneja color gris y el de una Zorra adolescente. Éso pasó hace tanto tiempo que ni se acordaba de los nombres, ni de cómo sucedió. Vivía a su modo como ya expliqué: tranquilo, perezoso al Sol, gozando las dulces caricias de la Brisa, el frescor de las Noches de Verano y el grato frio del Invierno. Ahora llegaba la Primavera a perturbar aquella paz.

El día siguiente al levantarse para enjuagar su cara, pensó en la Golondrina al recordar el sueño que lo acompañó toda la noche: él y Sinhá discutiendo sobre belleza y fealdad. Se rió: ayer estuve enfermo y decidió no pensar más en la Golondrina. Se dirigió a su prado preferido para calentarse al Sol sobre su trapo viejo y peludo. La vida seguía su curso en el Bosque.

Tendido, relajado como siempre, el Gato Rayado se estiraba cuan largo era para que el agradable Sol de Primavera lo envolviera por completo. Lo extraño era que no lograba cerrar los ojos como hacía habitualmente. La experiencia le habia enseñado que con los ojos cerrados, se goza mucho mejor del calor del Sol y la frescura de la Brisa. Pero en aquel segundo día de Primavera, tenía los ojos abiertos y además mirando hacia los arboles, buscando que estuviera la Golondrina Sinhá. Cuando se dió cuanto de lo que estaba pasando, se puso furioso. Desviaba los ojos silbando despacito, buscaba fijar su vista en otro lado. Miró a los Perros que corrían -como idiotas que no sabían hacer otra cosa- entre los árboles llenos de hojas, hasta miró al Papagayo ocupado en rezar sus oraciones matinales.

*Buen día mi queridísimo doctor Rayado. ¿Como se siente? ¿Bien, a Dios gracias?*- El Gato ni siquiera se dignó a responder. A pesar de todo, su ojos estaban de nuevo con la vista fija sobre los árboles por donde se posaría la Golondrina, con la esperanza de que viniera... Pero no llegó ¡ingrata!

Volvemos a topar con nuestro amigo Rayado sin ninguna alegría, en un estado de espíritu muy diferente al de la mañana; la liviandad que sentía desde la tarde del encuentro ya no estaba, sus bigotes estaban caídos, desmoralizados, marchitos. Triste y peligrosa señal tratándose del Gato Manchado. Los bigotes indicaban su humor. Espió una vez más los árboles como tantas veces hiciera antes... mas no vió la Golondrina tapada bajo la sombra de un árbol, cubriendo todo su cuerpo. Los ojos pardos se oscurecieron. ¿Porqué sentía el corazón tan adolorido?

Mientras, la Primavera se desbordaba a su alrededor.


el Gato Rayado y la Golondrina Sinhá :

1 comentario:

marea_alta (rata alada) dijo...

jo..se me acumula la lectura.... pero lo leere todo en cuanto tenga un rato largo.