X - sigue el Otoño

Criticado, discutido y juzgado el soneto del Gato Rayado, volvemos a nuestra historia. Que además equivale a continuar con el soneto, pues no lo cité al azar sino porque éste soneto tiene mucho que ver con el desarrollo de los echos.

Aconteció así: después de aquella cena entre la Golondrina y el Gato el último día de Verano, él tuvo una larga conversación con la Lechuza. Entre todas las criaturas del Bosque, la Lechuza era la única que estimaba al Gato Manchado, como les había dicho antes. Desde aquella Noche después de lo ocurrido, la Golondrina ya no volvió. El Gato intentó comprender qué pasaba con ella, entre qué sentimientos contradictorios se debatía. Envuelto de tristeza y soledad, resolvió ir a conversar con la Lechuza. Se levantaba del sueño de anciana y abría los ojos por la Noche, su amiga querida.

El Gato tomó asiento sobre un gancho del Árbol donde vivía la Lechuza y hablaron primero de cosas sin importancia. Luego, la Lechuza siendo vidente, adivinó para qué vino al Gato Rayado hasta su casa. Fué franca: no sólo contó los rumores del Bosque (poniendo al Gato casi loco de furia) sino que además dió su opinión:

*Viejo amigo, no hay nada que hacer. ¿Cómo llegaste a pensar que la Golondrina te iba a aceptar como marido? Nunca existió un caso así; aunque ella te amase -y ¿quién afirma que te ame?- jamás podria casarse contigo. Desde que el Mundo es Mundo, las Golondrinas tienen prohibido casarse con los Gatos.*

*Ésta prohibición es más que una ley y está implantada con profundas raices en el corazón de las Golondrinas.*

*Dices que ella gusta de tí, que si dependiera de su voluntad... puede ser, te creo, seguro que sí. Pero aún más fuerte que ella, debe obedecer la ley de las Golondrinas. Porque está dentro de ella desde su más viejo abuelo, desde que existe la primera Golondrina. Y para romper una ley, es preciso una revolución…*

Finalizó, balanceando su cabeza: -*En todo caso, hasta sería bueno que hubiese una revolucioncita… Estamos necesitándola.*

El Gato Rayado no dijo nada. Ni él mismo que amaba a la Golondrina y soñaba con tenerla a su lado, negaría que las Golondrinas duermen sobre nidos entre los Árboles mientras que los Gatos duermen en el suelo sobre trapos abandonados. Se despidió de la Lechuza sin soltar palabra. Llegando a casa, empezó a escribir el célebre soneto. Su elaboración llevó toda la noche y parte de la mañana siguiente. Todo lo que consiguió producir fué la pieza ya juzgada y condenada.

No obstante, aquél primer día de Otoño encontró a la Golondrina. Ella estaba seria; ya no sonreía ni exhibía ésa sutil alegría de siempre, aquel aire de disponibilidad que era su mayor encanto.

Tampoco el Gato Rayado lograba esconder su tristeza: pesaban en su corazón las palabras de la Lechuza. Caminaron en silencio, recorriendo los lugares donde habian estado durante la Primavera y el Verano.

Una y otra vez intercambiaban palabras sueltas, pero ambos tenían ése aire de querer evitar un asunto que era inevitable.

Llegó la hora en que la Golondrina tenía que partir. El Gato le entregó su soneto. Ella voló, muchas veces volteó para atrás, girando su gentil cabecita para verlo con lágrimas en los ojos.

Al día siguiente -fué el día más largo de Otoño- ella no apareció. Inútilmente rondó por las cercanias del Árbol donde ella vivía, mas no la vió. Ésa noche, recordando los rumores del Bosque corrió como Pato loco, le metió un susto casi mortal al Papagayo (quien rezaba sus oraciones nocturnas), rasguñó el hocico del Perro Dinamarqués, robó los huevos del gallinero y –en el colmo de la maldad- no los robó para comérselos sino para tirarlos por todo el campo. El pavor al Gato Rayado volvió a sentar reales en el Bosque y los bulliciosos chismes se transformaron en tímidos murmullos.

El tercer día de Otoño, la Paloma Mensajera trajo desde muy lejos (cuando tuvo el valor de acercarse) una carta. El Gato la leyó varias veces hasta que se la aprendió de memoria. Una carta triste y definitiva enviada por la Golondrina Sinhá. Una Golondrina jamás puede casarse con un Gato. También decía que ellos no debian juntarse más. En compensación, decía que nunca antes fué tan feliz como durante todo el Tiempo que vagaba por el Bosque con el Gato Rayado. Y terminaba:

*Siempre tuya, Sinhá.*

Habia jurado no volver a verlo más. Pero como ya dije y ahora repito, el juramento de una Golondrina no merece confianza alguna. Volvieron a pasear por el Bosque, a ir por los rincones que habían descubierto durante la Primavera. Solo que ahora casi no conversaban, como si existiera una invisible cortina que los separaba.

Fue así como transcurrió el Otoño, un tiempo gris en el que los Árboles iban despidiendo a las Hojas y el Cielo iba despidiendo al Azul. Como el Gato Rayado volvió a ser desconfiado y nuevamente volvió a vivir aislado de todos sin conversar con nadie, no sabía que en la casa de la Golondrina trabajaban seis Arañas costureras preparando el ajuar de la joven novia. El matrimonio del Ruiseñor con la Golondrina Sinhá estaba fechado para el comienzo del Invierno.

En el último día de Otoño, día humedo y airoso seguido por una ventisca que congelaba de frío, la Golondrina quiso ir a todos los lugares que había aprendido a amar durante la Primavera y el Verano.

Estaba extrañamente ruidosa y habladora, tierna y llena de dulzura, como si hubiera levantado de repente la cortina que la separaba del Gato Rayado, como si hubiese traspasado de subito la distancia que los alejaba. Era la misma Golondrina de la Primavera y del Verano, un poco loca y el Gato la contemplaba conmovido.

Estuvieron juntos hasta que llegó la Noche. Entonces ella le dijo que ésta sería la última vez que se verían, que se iba a casar con el Ruiseñor. ¿Porqué? Porque una Golondrina no se puede casar con un Gato.

Como había hecho ya cierto día, pasó sobre él en vuelo rasante tocando con su ala izquerda -era su manera de besar- y ahora él ya no pudo oír el latido del pequeño corazón de la Golondrina, tan débiles que eran esos latidos. Por los aires se fué ésta vez sin mirar atrás.


el Gato Rayado y la Golondrina Sinhá :

1 comentario:

pei ... dijo...

No se, no se. Hay quien dice que el único amor imposible es el no correspondido..